Hoy, aprovechando el llamado global contra la pobreza dentro de la Campaña por los Objetivos del Milenio, declarando la insuficiencia de las buenas intenciones, hacemos un llamado contra la exclusión social.
El ejercicio desigual y perverso de las relaciones de poder, mediante procesos económicos, políticos y culturales excluyentes, genera múltiples manifestaciones que atentan contra la dignidad humana, entre las cuales está la pobreza, entendida como carencia económica frente a un indicador determinado.
Así entendida, podríamos superar nominalmente el problema de la pobreza sobrepasando cierto nivel de ingreso o consumo, sin necesariamente afrontar la desigualdad de derechos que se ejerce en la práctica, en el acceso a la salud, educación, sistema de justicia, seguridad, agua, alimentación, trabajo decente, distribución de la tierra, participación política, todas manifestaciones de un sistema social excluyente y discriminatorio.
¿Nuestro papel como ciudadanos, estudiantes y profesionales?
Exigir que las políticas públicas y de los organismos internacionales vayan más allá de maquillar la realidad manipulando las estadísticas, de llamar a días especiales contra todo y contra nada, de las conferencias y banquetes refrigerados, declaraciones vacías, fotos de sociedad, Récord Guinness y solidaridad cibernética.
Sólo la amplia participación ciudadana y la constante y radical democratización de los procesos sociales –lo que pasa por ejercer nuestros deberes y derechos como seres humanos- pueden lograr un cambio en las políticas sociales, en el contenido y papel del Estado, superando la coyuntura, el clientelismo y el generalizado parasitismo de los fondos públicos, pasando de herramientas de dependencia a instrumentos para el cumplimiento de las obligaciones del Estado hacia la satisfacción de derechos fundamentales integrales, interdependientes y progresivos, cada vez más amenazados por un orden político y económico dominante a nivel nacional y global absolutamente cuestionable, abiertamente excluyente, productor y reproductor de injustas y extremas desigualdades.
Los recursos necesarios para la mejor calidad de vida de los seres humanos existen hace tiempo, pero han sido destinados al mantenimiento de un orden basado en la explotación, la represión, la injusticia legalizada, la propaganda, el ejercicio continuo de la violencia institucional. Esto no cambiará por hermosas declaraciones, ni por la buena voluntad, la demagogia del discurso o el repentino despertar de la conciencia de aquellos hoy beneficiados.
Solamente los excluidos, en primera persona, nosotros conscientes de nuestra condición y solidarios con nuestros semejantes en mayor desventaja, trabajando en cada espacio por revertir esta amplia exclusión, podemos hacer avanzar la justicia en esta tierra.
Porque los derechos humanos son herencia de lucha de la humanidad, no podemos quedarnos en la cómoda neutralidad, en la desconexión de la realidad concreta, en la exquisitez de un discurso profesional que sólo sirve como medio de sustento individual sin ensuciarse las manos, en la inconsecuencia útil al status quo. Hoy y siempre nos manifestamos en contra de la pobreza, en contra de vivir y hacer espectáculo de la pobreza y contra toda forma de exclusión social. El ser humano primero.
El ejercicio desigual y perverso de las relaciones de poder, mediante procesos económicos, políticos y culturales excluyentes, genera múltiples manifestaciones que atentan contra la dignidad humana, entre las cuales está la pobreza, entendida como carencia económica frente a un indicador determinado.
Así entendida, podríamos superar nominalmente el problema de la pobreza sobrepasando cierto nivel de ingreso o consumo, sin necesariamente afrontar la desigualdad de derechos que se ejerce en la práctica, en el acceso a la salud, educación, sistema de justicia, seguridad, agua, alimentación, trabajo decente, distribución de la tierra, participación política, todas manifestaciones de un sistema social excluyente y discriminatorio.
¿Nuestro papel como ciudadanos, estudiantes y profesionales?
Exigir que las políticas públicas y de los organismos internacionales vayan más allá de maquillar la realidad manipulando las estadísticas, de llamar a días especiales contra todo y contra nada, de las conferencias y banquetes refrigerados, declaraciones vacías, fotos de sociedad, Récord Guinness y solidaridad cibernética.
Sólo la amplia participación ciudadana y la constante y radical democratización de los procesos sociales –lo que pasa por ejercer nuestros deberes y derechos como seres humanos- pueden lograr un cambio en las políticas sociales, en el contenido y papel del Estado, superando la coyuntura, el clientelismo y el generalizado parasitismo de los fondos públicos, pasando de herramientas de dependencia a instrumentos para el cumplimiento de las obligaciones del Estado hacia la satisfacción de derechos fundamentales integrales, interdependientes y progresivos, cada vez más amenazados por un orden político y económico dominante a nivel nacional y global absolutamente cuestionable, abiertamente excluyente, productor y reproductor de injustas y extremas desigualdades.
Los recursos necesarios para la mejor calidad de vida de los seres humanos existen hace tiempo, pero han sido destinados al mantenimiento de un orden basado en la explotación, la represión, la injusticia legalizada, la propaganda, el ejercicio continuo de la violencia institucional. Esto no cambiará por hermosas declaraciones, ni por la buena voluntad, la demagogia del discurso o el repentino despertar de la conciencia de aquellos hoy beneficiados.
Solamente los excluidos, en primera persona, nosotros conscientes de nuestra condición y solidarios con nuestros semejantes en mayor desventaja, trabajando en cada espacio por revertir esta amplia exclusión, podemos hacer avanzar la justicia en esta tierra.
Porque los derechos humanos son herencia de lucha de la humanidad, no podemos quedarnos en la cómoda neutralidad, en la desconexión de la realidad concreta, en la exquisitez de un discurso profesional que sólo sirve como medio de sustento individual sin ensuciarse las manos, en la inconsecuencia útil al status quo. Hoy y siempre nos manifestamos en contra de la pobreza, en contra de vivir y hacer espectáculo de la pobreza y contra toda forma de exclusión social. El ser humano primero.
Ciudad de Panamá, miércoles 17 de octubre de 2007